La Sonrisa Eterna - 2














Ya había menguado el tráfico del final de la tarde y si Rosa María saliera de su oficina, llegaría a su casa en menos de quince minutos, pero difícilmente para ella terminaba la jornada antes de las nueve o diez de la noche. De todas formas, cuando decidió crear la Agencia de Publicidad seis años atrás para “independizarse”, sabía muy claramente que estaba encadenándose a más horas de trabajo y, en consecuencia, a disponer cada vez de menos vida fuera de él. Igual eso nunca le molestó y por el contrario le emocionaba, sentía que mientras más se encontraba envuelta en responsabilidades, era más, simplemente eso: más. Adoraba el poder y era en extremo dominante, lo sabía pero odiaba escucharlo de otros y menos aún de Gustavo Plazas, su novio, quien había dejado de ser el músico divertido, cómplice, espontáneo y romántico que le erizaba la piel con su sola proximidad, para convertirse en un ser lleno de reproches, peor que su mamá. No se había detenido a calcular desde cuándo, pero estaba consciente de que ya lo encontraba insoportablemente disperso, inmaduro e irresponsable. No lo sabía, pero lo que tanto le atraía de Gustavo ahora le hastiaba incluso en mayor escala.

Su relación se había convertido en una constante lucha recíproca por dominar y hasta en una carrera interminable por frustrar cualquier sueño del otro. Luego de cuatro años viviendo juntos, la rutina y la poca disposición a comunicarse fueron uniéndolos cada vez más, pero en inconsciente afán común por hacerse daño.

Esa noche de viernes en particular, a pesar de ser su cumpleaños, Rosa María salió de su oficina luego de las diez y media de la noche. Ya en el restaurante se encontraban al menos dos docenas de invitados para su celebración, entre quienes se encontraban varios compañeros de trabajo, su novio, sus dos hermanas y algunos clientes (gerentes de mercadeo del banco, la telefónica, la aseguradora y la empresa de cosméticos francesa).

Cuando salió de la oficina, decidió revisar su celular y notó sin sorpresa la presencia de treinta y siete llamadas perdidas, catorce de las cuales eran de Gustavo. Cerró el teléfono y lo volvió a olvidar en su inmensa y brillante cartera negra.

Al llegar a su fiesta se reconoció algo afectada por sentir que la mayoría de sus sonrisas terminaban en muecas, gestos perfectamente aprendidos, imposibles de diferenciar de las verdaderas sonrisas, esas que supo en el acto que hacía tiempo que no mostraba. La pasó excelente. Bueno, la pasó bien. La verdad es que no estuvo ni mal ni bien, fue algo “normal”. Está bien, fue desastroso, no soportaba a sus hermanas con sus indirectas en público sobre sus “ticinco” y la segura necesidad urgente de responderle al reloj biológico, que según ellas le estaría enviando emails de recordatorios diarios a la dirección proximaavencer@uteroarrugado.com.

Tampoco la dejaba disfrutar de su cumpleaños, la idea de tener el flujo de caja de la agencia desbaratado y de un rojo casi socialista, recordando la cobranza reciente de mil doscientos bolívares para pagar dos mil cien en deudas con los medios, todo por culpa de la ineptitud de su ya muy bien botada planificadora de medios, quien decidió consumir más pautas publicitarias de las que habían negociado en la última preventa, en lugar de consumir las bonificaciones de la gestión pasada.

Además, entre los asistentes sólo se llevaba bien con Juan Carlos y el resto del equipo de mercadeo del Banco Continental, quienes se fueron despidiendo demasiado temprano, dejándola precisamente con las brujas pestilentes de sus hermanas, un par de desubicados viejos verdes de la aseguradora, tres envidiosas insípidas anoréxicas de la telefónica y el “mejor de los novios”, como solía referirse disimulando con cariño todo el desgano y hasta el rencor que sentía al ver a Gustavo desviviéndose con todos y despilfarrando la simpatía que a ella le estaba costando tanto proyectar.

Quizás sin notarlo bebió de más, quizás queriéndolo o quizás disfrutando de ver que la sonrisa en la cara de Gustavo se deformaba con cada trago que ella se servía y ya no se le veía auténtica. Así fue, Rosa María logró desfigurar a Gustavo a fuerza de alcohol. Tampoco perdió la compostura y, en su mente, sus muecas seguían siendo sonrisas de alegría y disfrute. En la madrugada, ya en su casa, Rosa María y Gustavo tuvieron sexo. Empezaron en el medio de la sala, en plena alfombra, con un ímpetu y unas ganas que no experimentaban en ya más de seis meses, continuaron en el cuarto, también en el suelo y terminaron en la cama, ahora sí con el ritmo discordante y monótono de las últimas veces. Ninguno dijo nada al respecto, no pararon aquello, aún cuando recordaron por qué estaban evadiendo la cercanía y cualquier contacto desde hacía tiempo. Terminaron y no se besaron siquiera. Se durmieron y tampoco soñaron nada.

Al mediodía siguiente, Gustavo decidió sorprender a su novia con una comida especial para cuando despertara, desempeñando como era costumbre, su papel de hombre romántico a ultranza, a pesar de sentir también el desgano y el desgaste de tantos roces y conflictos subyacentes y de otras tantas luchas algo más explícitas.

Sin embargo y a pesar de que la pizza de champiñones con crema era su plato favorito, Rosa María no sólo le rechazó la comida a Gustavo, sino que su gesto despectivo fue tan asertivo en la ya erosionada paciencia del hombre, que detonó una respuesta insospechada y hasta desproporcionada por parte de él. Gustavo se fue ese mismo instante del apartamento y para no volver, no sin antes gritarle todos los insultos que conocía y de dejarle una mancha grasienta con la forma de la pizza entera en la pared del medio de la sala. Ella por su parte le respondió como pudo y con frases aún más hirientes y vulgares que las que él estaba usando, pero eran tan fuertes los gritos de Gustavo que ahogaban los inútiles alaridos de Rosa María.

Las noches del mes siguiente fueron interminables. No dormía, paradójicamente comía sólo pizzas de Domino’s y bebía todo el alcohol que no habían bebido ella ni sus amigas, todas juntas, en su época de estudiante. Además, como el humo del cigarrillo era tema de discordia en su vida de pareja, se dedicó a fumar hasta encerrada y con el aire acondicionado encendido. Alternaba el llanto desgarrado con maratones de Discovery Channel hasta que salía el sol y le tocaba prepararse para ir a trabajar.

Tres meses después de aquel episodio, no había vuelto a hablar con Gustavo, no sabía nada de él, ni siquiera sus amigos tenían noticias y más que preocuparse por él, se frustraba de no poder descargar su despecho con él, de no poder recriminarle sus noches de llanto y su abandono.

Ya hasta su salud se estaba afectando, se encontraba muy delgada y sentía que entre su mala alimentación, el consumo nocturno de cervezas y wisky, así como la dosis constante de nicotina en su sangre, le estaba haciendo daño en su estómago, provocándole gastritis y quien sabe qué otras dolencias, que entre dolores y vómitos, sumado a la debilidad y el agotamiento, le llevaba a un espiral de deterioro que ya estaba afectando su trabajo, pues no quería ni estar en la oficina y eso en su caso era un síntoma muy grave.

La mañana antes de navidad, luego de tres meses y dos semanas de aquella pelea con Rosa María, Gustavo llamó al teléfono del apartamento, encontrando a una exnovia insomne, malhumorada, notablemente cansada y con un resentimiento que afloraba hasta en el saludo:

Gustavo: - ¡Aló!

Rosa María: - Sí, aló... ¡Dime!

Gustavo: - ¿Estás bién?

Rosa María: - No Gustavo, no estoy bien. Tengo demasiado tiempo sin dormir una noche completa y creo que tengo gastritis porque me arde el estómago y todo me cae mal… acabo de vomitar otra vez, así que si eres tan amable y llamas en la noche, para lo que sea que llamabas, porque ahorita, no estoy bien.

Gustavo: - ok, está bien, llamo luego, pero me preocupas… ¿Cuánto tiempo tienes así? Te va a dar una úlcera… ¿No has ido al médico?

Rosa María: - No sé, hablamos después, que ahorita, como te dije, no tengo fuerzas ni para insultarte. Chao.

Y sin más le colgó pero se quedó pensando en que se estaba viniendo a menos, seguramente Gustavo sintió hasta lástima por ella en ese momento y eso le molestó más de lo que cualquier malestar podía sabotearle su cotidianidad. Así que, a pesar de haber sido una propuesta de él, ella decidió ir al gastroenterólogo y se preparó para escuchar un sermón del médico sobre mejorar las comidas (en su caso: al menos comer), eliminar las bebidas alcohólicas, reducir los cigarrillos, tratar de controlar el estrés y cuanto consejo obvio pero impertinente típico del Dr. Valecillos, quien para su sorpresa, luego de hacerle varios exámenes y hasta una endoscopia, efectivamente le diagnosticó una gastritis severa y un embarazo avanzado, seguramente de más de quince semanas, según las cuentas de Rosa María.

2 Response to "La Sonrisa Eterna - 2"

eKKa dijo...

esta parte me encanto!!! que drama tan intenso... siiii me gusta mucho como escribes!!!!

Unknown dijo...

aaaaaaaaaaaaaaaaah QQQ que desastre... jajajaja me rei muchooo cuando el tipo la llamo por telefonoO !!! que bolas que no mato al bb ahogado con la cerveza !!! =P

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