La Sonrisa Eterna - 5



Faltando una semana para su fiesta de quince años, La Nena, como era conocida mejor que por su propio nombre, estaba ya consumida por el desánimo y por una debilidad que rayaba en la apatía total, como si el mundo se le estuviera haciendo cada día más pequeño. En efecto, su vida en lugar de expandirse, hacerse colorida, divertida, iluminada y excitante, se estaba oscureciendo. Ella sentía que cada hora nueva era agobiada con cada vez mayor insidia por sus propios fantasmas, que la estaban acorralando hasta apagarla a un punto sólo comparable con la soledad que la acompañaba.

Su madre estuvo ajena a toda esta situación, como lo estuvo siempre con todo aquello que sentía o quería La Nena, no así con lo que hacía o lo que le tocaba hacer, pues eso siempre estuvo bajo su control y quizás por esto, las pocas cosas que había decidido hacer por voluntad propia, habían sido realmente catastróficas.

Su padre no sólo fue incapaz de sospechar que su hija no estaba bien, sino que, de la forma más honesta y sincera posible, demostraba todo el desinterés que le causaba cualquier estado de ánimo de su hija mayor, quien tres meses atrás lo “había decepcionado completamente”, como solía decir, cuando se refería al episodio en el que salieron a relucir unos condones entre las cosas de La Nena, mientras su madre preparaba una maleta para uno de los incontables viajes, a los que se la llevaban sin siquiera consultarle y de los cuales, según su criterio, ella debía sentirse muy agradecida.

La Nena no había sido nunca una muchacha sombría y menos triste, sin embargo tenía dos semanas sintiendo que no podría mantener su secreto por más tiempo, pues ya no le eran suficientes las sonrisas anémicas ni las excusas anoréxicas. Aún así, estuvo vestida y peinada justo como su madre había decidido para su fiesta de cumpleaños, lo que no estuvo planificado fue la aparatosa caída por las escaleras al momento de su aparición ante sus invitados. El desmayo fue más una ruptura, fue justo el momento en el que La Nena se dio por vencida y dejó de resistir el enorme peso que suponía un aborto mal practicado y peor aún, mal curado.

Como pudo, la Señora Ana Cristina, madre de La Nena, una vez confirmada la gravedad de la situación y su vergonzoso origen, ocultó hasta el final aquel diagnóstico a su esposo. Ella entendía muy bien que si el Coronel había dejado de hablarle a su hija por posiblemente estar teniendo relaciones sexuales a su corta edad y estar usando preservativos, podría matarla en la misma clínica, volverla a matar en la funeraria y arrojarle luego una granada en la tumba, si se enterara que lo más probable es que ni siquiera haya utilizado los tan trillados condones.

Al parecer, la interrupción del embarazo se había dado alrededor de la sexta semana de gestación, lo cual demostró el poder de decisión de La Nena y la velocidad con la que resolvía sus problemas, pues apenas comprendió la causa de su regla evasiva, investigó en Internet y en menos de ocho días, cumplió a cabalidad con cada uno de los procedimientos detallados sobre “Cómo Provocarse Un Aborto SIN Sufrir Daños Permanentes”, que paradójicamente era el título de una guía francesa, que trataba de servir de ejemplo sobre la documentación ilegal que circulaba por la red sobre temas médicos, y que a ella le pareció el más convincente y confiable. Sin embargo, a pesar de su cautivadora promesa, fueron todos daños permanentes, los que le dejaron aquellas técnicas a su cuerpo y a su mente.

Lo único que saldría ileso de aquel desastroso incidente de niña equivocada, sola y desesperada sería el entorno familiar, pues su madre pronto recuperaría y aumentaría sus controles sobre sus hijas, su padre continuaría ensimismado mandando a todo el que tuviera cerca, por el sólo hecho de sentirse poderoso, y sus hermanas continuarían en su mundo de muñecas consentidas e invencibles, merecedoras del universo y de todo lo que hay en él, por el simple hecho de tener un apellido materno importante y un padre más odiado que respetado entre los políticos y militares del momento.

La infección había sido tan fuerte y extensa que había contaminado su sangre y comprometido diversos órganos, en consecuencia el tratamiento también fue agresivo y extenso, incluyendo la pérdida de un riñón y del útero completo, con lo cual La Nena se aseguraría una vida frágil y la imposibilidad de tener hijos. Esto último seguramente sería lo que le afectaría más en el futuro, pues según solía decirle a sus amigas antes de todo aquello: quería formar “una familia algo mucho muchísimo menos absurda que la suya, con un esposo que de verdad la amara y con hijos reales, para tratarlos como hijos, no como cadetes ni como juguetes”.

Aún cuando su padre desconociera siempre el verdadero problema que había padecido su hija, la relación entre ambos iría empeorando a medida que ella fuese creciendo, y esto no tendría nada que ver con ella o con algo que hiciera. La Nena simplemente crecería y se haría cada vez menos hombre, porque obviamente se volvería una mujer. Ese siempre fue su problema, no había nacido varón y su padre, pronto General, se sentiría realmente frustrado al estar rodeado de mujeres, pues luego de haber engendrado cinco hijos con su madre y otros cuatro con igual número de extrañas, todos habrían de nacer hijas, niñas, mujeres. Claro que esto nunca lo sabría La Nena, quien no dejaría de pensar que el rechazo de su padre era de alguna manera su culpa. Tampoco se perdonaría nunca el haber sido tan temerosa, y no haberle confiado aquella situación ni siquiera a Manuel Berrizbeitia, el muchacho del liceo de varones que la embarazó y creer que sola podría resolver aquel traspiés reproductivo.

Efectivamente ese episodio de su vida, las consecuencias que tuvo en su cuerpo y el gran temor que sentía de ser rechazada y “dejada de querer”, fueron los que la impulsaron a responder, casi como acto de supervivencia, de la forma más despiadada, cortante y estúpida posible, a la propuesta de matrimonio que le hiciera su novio Diego una noche en un restaurante en La Castellana, ante los ojos de muchos y de la forma más bella que ella podría haber imaginado. Pero María Beatríz no hubiera podido corresponderle por más que muriera de ganas por hacerlo, porque era mayor su miedo a perderlo todo luego, cuando su entonces prometido se enterara de su infertilidad. Ese temor superaba sus propias ganas de vivir lo que siempre había sido su sueño: ser amada realmente, así que decidió, con la voluntad que la caracterizaba, a quedar como la ridícula que rechaza y evitarse terminar luego como la ridícula rechazada.

2 Response to "La Sonrisa Eterna - 5"

Unknown dijo...

LA NENA.... DENTRO DE TODO SIGUE SIENDO LA MISMA COBARDE ...... !!!!

victtorinox dijo...

ehmm.. ya entiendo aquella sifrina malcriada.

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