La Sonrisa Eterna - 8


Se suele pensar que individuos con características de personalidad similares resultarán parecidos físicamente. Quizás esta creencia se deba a la aplicación inconsciente de la “Ley de los Números Grandes”, generalizando sobre algunas experiencias personales, así si se conoce a varios gordos simpáticos, entonces “los gordos son simpáticos”. Seguramente esa tendencia al etiquetado de las personas hacía más bizarro estar cerca de Gustavo y Juancho, porque eran tan iguales en actitudes y gustos como diferentes físicamente. Esto siempre desconcertaba, porque si la actitud iba con la imagen, entonces ¿Cuál de los dos se copiaba del otro?

Gustavo siempre fue el típico galán desaliñado, un tipo bien parecido pero descuidado, alto, con el cabello abundante y liso, blanco casi pálido y con una sonrisa generosa y atrayente, de ojos indeterminados, entre verdes, marrones y amarillos. Por su parte, Juancho era el más pequeño de la banda de rock, con el cabello muy rizado, moreno y con tendencia a engordar, lo cual siempre compensaba con sus cuatro horas diarias de gimnasio, que lo habían convertido en el musculoso del grupo. Su afición por los tatuajes era algo que los unificaba, siendo muy parecidos los estilos que exhibían en brazos y espalda.

Las formas de actuar, de hablar y hasta de pensar eran la mismas en ambos, si uno estaba molesto por algo, el otro también lo estaría, pues les incomodaba lo mismo, y si alguno estaba entusiasmado con algo, el otro también se sentiría de esa manera ante una misma causa. Eran diferentes y eran lo mismo siempre. Así que no fue sorpresa que ambos se enamoraran de mujeres dominantes, formales, hermosas, tan altas como sus tonos de voz, tan extrovertidas como selectivas y exitosas a costa de todo. La diferencia fue el grado de tolerancia respecto a las desigualdades que naturalmente se establecieron en sus relaciones: Juancho dejó a Vanessa al tercer grito, luego que pasara el efecto de los ocho meses de luna de miel, pero Gustavo confió en que podría moldear a su novia y moldearse a sí mismo, por lo que su resolución aunque tardía también fue definitiva. Entonces, dada la gran afinidad de caracteres entre estos dos amigos, no resultó raro que el guitarrista acudiese al bajista para solicitarle asilo, en la tarde de agosto en que estampó con aceite y salsa la forma de una pizza en la pared de la sala de su hasta entonces novia Rosa María.

Además de músico, Juancho era un empresario nato y siempre había logrado sacarle provecho económico a todos sus talentos, aprovechando cuanta oportunidad se le presentara. Era dueño, gerente, director, operador y, si hacía falta, hasta asistente de un estudio de grabación profesional, una productora de videos publicitarios y una agencia de talentos para cine, comerciales y televisión. Gustavo trabajaba frecuentemente con él, componiendo y grabando jingles publicitarios y temas para propaganda electoral, que en los últimos años les estaba resultando muy productivo, dada la alta movida política.

Estaba por terminarse el año y, pese al poco tiempo de su separación, Gustavo se dio cuenta que no pensaba en Rosa María y que sólo la recordaba cuando se la mencionaban, lo cual le reafirmaba su decisión de dejar atrás aquella relación y todo lo que representaba. Era nuevamente soltero y, luego de cinco años fuera de juego, se creía algo inseguro, sin embargo notó rápidamente que lejos de perder su gancho con las mujeres, ahora se le hacía mucho más fácil “llevarse a una mami para la cama”, en efecto, en menos de una semana estuvo con tres bellezas sin hacer mayor esfuerzo, pues fueron ellas quienes le propusieron todo y establecieron las condiciones de sus encuentros “sin rollos ni compromisos”. Había vuelto a la fiesta y la rumba era mejor que antes.

Sabía que él tampoco quería compromisos y menos una relación demandante, ahora no quería pensar tanto y sentía que las satisfacciones de su nuevo estado le compensaban el trago amargo de su reciente fracaso. Se dedicó a trabajar el doble y a rumbear el triple, cuando no estaba en un estudio de grabación, estaba en un evento o en una fiesta privada y si no había algún toque u otro tipo de reunión, la armaba fácilmente porque siempre había alguien dispuesto a amanecer, así lo que no era relajo era trabajo, que en su caso se parecían mucho.

Precisamente su trabajo le permitía a Gustavo conocer modelos, actrices y cantantes, cada una más bella, y algunas veces más interesante, que la otra. Lo cierto es que todas eran siempre diferentes, divertidas y amables, tan distintas a la de la sonrisa dura y esquiva con la que hacía semanas que no hablaba y que suponía estaría retorciéndose con una úlcera totalmente merecida. Sin embargo, esa inmunidad ante los encantamientos de semejantes féminas se mantuvo intacta sólo hasta la mañana del once de enero, cuando estuvo encargado de la selección de una modelo para una campaña nacional de una marca francesa de maquillaje y productos de belleza, donde quedó impactado por la mirada seductora pero algo triste de una rubia, casi tan alta como él y con un carácter tan fuerte como sus ademanes de sifrina impertinente.

Así, ante su infaltable pregunta de por qué creía que ella sería la que deberían escoger para esa campaña, la bella modelo lo desestabilizó con el tono de voz, al principio divertido y sensual pero luego mucho más sentido, con que le dijo: – O sea Baby, tienes 2 razones para contratarme: Primero, podrás hacer un casting de un mes y no encontrarás en este país alguien con más elegancia y mejor rostro que el mío y, segundo, difícilmente haya alguna modelo con mayores ganas de perderse en el éxito de su trabajo que yo… Es en serio, contrátame que necesito trabajar, hoy más que nunca necesito ser La Nena Prato Smitch –.

1 Response to "La Sonrisa Eterna - 8"

JUAN JES dijo...

Encantador el paseo por aquí

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