Lo más lindo


La mañana del viernes 9 de Julio, terminando una semana acortada por el ya intrascendente feriado patriótico, Rita se preparaba para ir a su trabajo y sentía que en lugar de “arreglarse” lo de ella cada vez más era “adornarse”. Se esforzaba en nuevos intentos por lograr un resultado medianamente decente en su peinado y en la casi absurda labor de cobertura de imperfecciones en su rostro, no tanto para atraer como para distraer, pues como escuchó el martes a su jefe decirle a un compañero de trabajo, en tono de burla creyendo que ella no estaba cerca: “Lo más lindo de Rita es dejar de verla”. Rita estaba entonces cada día más consciente de su carencia de atractivo y, lo que se le hacía aún peor, sabía sobre el agravante que resultaba el paso del tiempo en ese aspecto, en el suyo, porque notaba que lo que antes era feo, por lo menos era firme.

Cuando terminó de maquillarse, decidió no verse más en el espejo y salió a la calle con unos jeans y una blusa negra que le disimulaba mejor la gordura y las manchas del acné reciente en el cuello y el pecho. Caminando por la acera de la Avenida Sucre de Los Dos Caminos, bajando hacia la Avenida Rómulo Gallegos, Rita ya no percibía las usuales miradas esquivas de la gente sino que ahora se sentía como señalada, de hecho se sintió cual “mona de circo” durante todo el trayecto. Además, como si fuera poca su incomodidad, la guinda de la torta (que era ella esa mañana) la puso un tipo con un piropo insólito, no tanto porque viniera de un indigente sino por el contenido de aquella frase: “¿Qué estará pasando en el cielo, que se están cayendo los ángeles?”, Rita pensó que obviamente aquel piropo no tenía mérito proviniendo de ese despojo de hombre, hasta se dijo en su mente: “¡Bien bueno pues! Ahora piropeada por un indigente ciego”, pero inmediatamente se percató de la calidad visual de aquel sujeto, porque sin ningún reparo y con una descarada carga de repulsión, el sucio y por demás pestilente individuo remató su frase respondiéndose a sí mismo: “…quien sabe, pero debe ser una coñaza arrecha entre los santos o un golpe de estado del diablo, porque ésta cayó de boca y quedó vuelta mierda, jajaja”.

No quiso fijarse más en las miradas de los demás e inició un inventario totalmente innecesario y en extremo masoquista sobre sí misma: Tengo estatura normal, claro que me veo pequeña por el exceso de caderas y mi cuello corto; Ni le paro ya a la celulitis, total que es tanta que lo que tengo es piernas en las celulitis; Mi cabello no es ni chicha ni limonada, parece que se me hubiera quemado con una mala permanente, pero no, él es así naturalmente; Heredé la dentadura de mi papá, más que una pelea de perros parece una guerra asimétrica, como dicen en la televisión; Como soy tan miope y con tanto astigmatismo, no hay forma de que use lentes de contacto, así que mis ojos se ven chiquiticos detrás de estos cristales, que de lo gruesos parecen vidrios de seguridad de carros; Mi piel es amarillo apio y nunca me logro broncear porque me insolo y me pelo ahí mismo; y mis pies son grandes y rectos, así que ni soñar con usar las sandalias esas que están de moda.

Llegó a su trabajo en el nuevo centro comercial, se puso su uniforme de cajera de aquel local de pollo frito en la feria de comida rápida y ahora se sentía además de fea ridícula, pero igual se esmeró por mostrar una sonrisa que sabía que tampoco agradaba, pero que era obligatoria en su puesto al atender clientes. En efecto, aquel desastre de mala mordida y mezcla de dientes pequeños y grandes, torcidos y hasta manchados, simplemente asustaba. Cuando el primer cliente pidió que sus papas fueran reemplazadas por yuca, se sintió abofeteada nuevamente, porque recordó que en el liceo la llamaban “Yukka” en referencia a Yukk el perro espantoso acompañante de Micromán (supuesto superhéroe de dibujos animados). A su mente le vino enseguida la imagen de la vez que le dejaron de regalo en su pupitre una casita de perro de papel con una nota que decía: “Para Yukka, úsala con precaución y sólo quítatela de la cabeza en casos de emergencia”.

Como todos los viernes, a las dos de la tarde llegó a comer su enamorado, no su pretendiente sino el que a ella le gustaba, en fin, se trataba del “papi” más “papi” de todo el Centro Comercial y al verlo ella sintió que al menos algo le saldría bien aquel día. Christian era un tipo de 24 años, blanco bronceado de ojos azules, muy alto, con un cabello liso, negro y abundante, digno de una publicidad de Pert, atlético y grande por naturaleza, sexualmente atractivo aún sin proponérselo y con una sonrisa espléndida y perfecta. Siempre estaba vestido de traje y pocas veces andaba sin chaqueta sólo con camisa y corbata, principalmente porque trabajaba en la tienda de ropa masculina más moderna y de mayor prestigio nacional. Su apariencia de modelo internacional era apenas igualada por su simpatía de animador de programas de televisión, y pese a todo pronóstico, Christian era la única persona que no la trataba con indiferencia, más por política propia que por algún sentimiento especial hacia Rita.

Quizás por como se sentía aquel día, cuando Christian se despidió luego de recibir su factura y le dijo “¡Gracias Muñeca!”, obviamente más por costumbre que notando lo que estaba diciendo, Rita respondió sin pensar: “¡Siempre a tu orden Bello, tú sabes que me encantas!”, a lo cual él sólo se limitó a arrugar la frente y apretar los labios mientras le decía con la mirada “Qué te pasa rolo e ‘fea? ¡Ubícate!”. Luego de semejante vergüenza pública, Rita no volvió a hablar y se dedicó a arreglar vasos y servilletas y preparar los pedidos “para llevar”, todo con tal de no interactuar más con público, porque temía que explotara a gritos ante el próximo episodio.

Una vez en su casa, tarde en la noche, sola como siempre y más virgen que nunca, Rita se hundía más tranquila en las telenovelas y en cuanto programa basura se le atravesara en su televisor, todo para olvidarse de su propia vida. Casi de madrugada y más sosegada pero sin olvidar su estrepitoso día, sintonizó un canal hispano en donde estaba comenzando El Show de Cristina, y al escuchar el tema del día: “Mujeres atrapadas en cuerpos de feas”, no soportó más y decidió vengarse de la forma que pudiese de la responsable de su desgracia. Así fue como sin remordimientos y diciendo la frase “GRACIAS POR CASARTE CON EL TIPO MAS FEO DEL MUNDO”, Rita destapó el jarroncito con las cenizas de su madre muerta un año atrás y descargó su contenido en la poceta del baño de la sala, tras lo cual respiró profundo, se rió nerviosa y luego lloró desconsoladamente, eso sí trató de hacerlo lo más rápido que pudo, porque al final sabía que no quería perderse ese especial de Cristina, total, quién sabe si allí la orientarían sobre alguna solución para mejorar su autoestima, porque de su cuerpo ni pensaba pues estaba clarísima que eso, si acaso, era tema de varios programas de cirujanos plásticos, no de toc-chous.


3 Response to "Lo más lindo"

EL PACIENTE BIPOLAR dijo...

WOW!!! SABES LO QUE ESCRIBES Y ESO ME ENCANTA DE ESTE BLOG!!!! ME GUSTA GUSTA TU CREATIVIDAD Y EL CONCEPTO TAN ORIGINAL QUE PROPONES EN CADA LETRAS... ESPERO QUE ME VISITES Y ME DES TUS MAS SINCERAS IMPRESIONES!!! ESTAMOS EN CONTACTO Y UN ABRAZO, NOS ESTAMOS LEYENDO

Anónimo dijo...

Jajajaja Estuvo Muy jocoso!!, aunque es increible como la cruel sociedad puede incluso corromper y distorsionar el alma de una persona... Y quien termina pagando? las pobres e inertes cenizas de su madre.

Unknown dijo...

Espero PRONTO tu proximo cuento!!!

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