La Sonrisa Eterna - 7


Debían apurar la sesión porque faltaba poco para que cayera la tarde y se acabara la iluminación natural, sin la cual el concepto de las fotografías que Ricardo quería para la página web de su negocio nuevo estaría realmente comprometido. El sabía que el efecto de sus sonrisas y de sus miradas de chico descaradamente tímido no le alcanzaría para extender aquel contrato con el fotógrafo publicitario más renombrado de la zona, y menos mantener el descuento que había negociado por tratarse de un “favor personal” de “sólo un día de trabajo”.

La búsqueda y preparación de la locación, la inexperiencia de Pietro estrenándose como modelo y el calor que derretía cualquier intención de seguir una pauta coherente, hacían su parte para dificultarle el proyecto a Ricardo, quien estando tan corto de dinero luego del pago del local, del mobiliario, los equipos, los permisos y más recientemente lo concerniente a su publicidad en internet; no podía darse el lujo de otro día de producción fotográfica. Las fotos de aquel cuerpo tan perfectamente sexual de Pietro debían estar listas en ese martes y punto.

El fotógrafo hizo su magia casi por inercia, tenía demasiada experiencia ya en trabajos similares, más con mujeres, exmisses en su mayoría, pero dominaba con especial maestría los detalles incómodos de los exteriores sensuales de playas, trajes de baño, arena, sudor y mayormente de los reflejos del sol y del incansable viento. Era perfecto para el trabajo, Ricardo lo conocía por la agencia de publicidad que trabajaba con el banco y sabía de sus fotos con las “mamis” perfectas de la cerveza, las curvas sugerentes de la rubia del bronceador y el abdomen plano de la ejecutiva del té de limón.

Por pura suerte Pietro resultó muy desenvuelto hacia el final de la sesión y Ricardo entendió que había sido una muy buena adquisición para su negocio, pues hasta a él, con lo afectado y anulado que se encontraba todavía, le llegó a afectar ver a su amigo exudando ganas, morbo, confianza y belleza en las poses cada vez más rebuscadas a las que le dirigía el fotógrafo. De hecho, desde esa tarde no lo volvió a ver igual que antes, le resultaba inevitable que le gustara su cuerpo, su actitud y hasta su olor, sabía que no estaba enamorado ni lo estaría de su amigo, sólo le gustaba, como le gustaría a muchos y muchas luego que esas fotografías se hicieran públicas.

Pietro era una mezcla difícil de entender, pues era bello en un sentido obvio pero sexy en una manera entre retorcida e inocente al mismo tiempo. Muy alto, blanco pero bronceado ya naturalmente, con cabello corto y negro brillante, con los ojos azules que no parecían ver sino sólo enamorar y con un tono muscular deseado por todas y a la vez por muchos (como sus amigos del gimnasio que disimulaban muy mal su interés al verlo). Pietro era un “hijo de italianos” que se daba el lujo de escoger con cual o cuales hacer lo que quisiera hacer y lo que le hacía sentirse más confiado era que todas accedían, a veces las más románticas se atrevían a hacer mucho de lo que nunca podrían confesar y, otras veces, las más desinhibidas y realmente atrevidas se encontraban enamoradas deseando que él las viera de la misma forma y sintiera ganas de ser sólo de ellas. Lo único en lo que todas coincidían era en su imposibilidad total para negársele.

Ricardo no había visto a Pietro en siete años, desde que eran vecinos en Caracas, cuando a sus padres les dio por divorciarse y Pietro tuvo que mudarse con su madre a Puerto La Cruz, en donde vivían desde su inmigración en los años sesenta sus abuelos maternos. Siempre mantuvieron contacto y cuando Ricardo le avisó que se mudaría a su ciudad, él le propuso que se mudara con él y compartieran de esta forma los gastos, lo cual era una excusa innecesaria porque Pietro era dueño de su propio apartamento en El Morro y tenía además camioneta, moto, y hasta lancha del año. Lo cierto es que Pietro no lograba sentirse del todo bien en el Puerto y extrañaba sus amistades de la infancia, especialmente al loco Ricardo, con quien se cansó de inventar tremenduras y mantuvo de adolescente una relación muy estrecha, como él mismo decía: “Ricky era mejor que el hermano que nunca tuvo”.

Ricardo había decidido que no iba a ocultar nada con respecto a su preferencia sexual, así que la misma tarde en que se encontró con su amigo, le habló claramente diciéndole que él se había ido de Caracas porque no soportaba tantos recuerdos de su novio muerto, con lo cual le quedó muy claro a Pietro que su pana no sólo era gay sino que necesitaba crearse una nueva vida, así que le abrió las puertas de su casa y le reafirmó su amistad, sin condiciones ni prejuicios, aunque aprovechaba cada oportunidad que tenía para meterse con él y jugarle todo tipo de bromas relacionadas con su condición sexual, que lejos de molestarle le resultaba muy divertida, hasta el punto de usarlo de “gaydar” presentándole a todo el que él sospechaba que ocultaba sus verdaderos gustos, para que se lo confirmara o desmintiera.

Fuera de lo complicado que resultaba seguirle la corriente a Pietro, con los cuentos que le inventaba a cada novia para salir precisamente con alguna de las otras, la convivencia entre ambos era muy fluida y natural, lo cual le permitió a Ricardo superar gradualmente todo su drama reciente, descubriéndose luego de un mes llorando sólo una vez al día y por cada vez menos rato.

Una noche durante una fiesta en el único local de moda de la ciudad, Ricardo le hablaba a su amigo sobre las opciones que manejaba para abrir un negocio y éste le propuso que abrieran una disco espectacular, con toda la música electrónica que a él le gustaba y con las luces que había visto en tantos locales de Europa. A la mañana siguiente, Ricardo le tomó la palabra y le propuso a Pietro abrir un local nocturno con las características que Pietro proponía, pero “de ambiente”, en donde pudieran encontrarse hombres y mujeres pero con otros hombres y otras mujeres, respectivamente, y que fuese referencia internacional para atraer los clientes más rentables del mercado. Generalmente sin hijos y con una alta necesidad de espacios donde expresarse y relacionarse con mayor libertad, los gays y las lesbianas representaban un mercado excelente y más aún si se consideraban los extranjeros, que hasta pagarían en dólares. Así que ese fue el negocio que crearon y para el lanzamiento y la publicidad, luego de hacer un casting muy amplio, Ricardo le propuso a Pietro que fuese él la imagen del local y como “El Italiano no le temía a nada” y por el contrario disfrutaba descaradamente de ser deseado, aceptó el reto de explotarse publicitariamente como objeto sexual, con la condición de que hubiese un día "hetero-friendly" en el que él mismo “pinchara” como DJ, que bien podía ser los miércoles.

El día de la inauguración de la discoteca coincidió con la primera visita de su hermana Rebeca, quien aprovechó sus vacaciones para escapar de toda la incomodidad que suponía el tratar de evitar a Diego casi todos los días por toda la Clínica, pues aunque hacía casi un año de que luego de leer aquella carta y de invitarla a cenar para solamente enredar aún más la situación, ella no sabía cómo debía comportarse frente a él ni qué debía sentir. Así que tomó sus vacaciones y decidió pasar los primeros días junto a su hermano, de quien solamente tenía referencias telefónicas semanales.

Ella llamó al celular de Ricardo y, en la locura de aquel día, fue Pietro quien le contestó y le dio la dirección de la discoteca, porque pensó que se trataba de alguna amiga de Ricky o alguna de las incontables “invitadas de honor”, como les llamaba Ricardo a las locutoras de radio, dueñas de hoteles y agentes de viajes a las que convenció para que asistieran a la apertura del nuevo local, pues sabía que para las mujeres sería más sencillo conocer ese nuevo mundo que para los hombres, al menos para aquellos que no eran abiertamente gays, porque el resto estaría, como en efecto lo estuvieron, haciendo en la cola para entrar, sin importar la longitud de ésta, que ya llegaba a la salida de aquel centro comercial de la Avenida 5 de Julio.

Rebeca estuvo allí y sin saber con qué se encontraría, hizo su cola para acceder a la discoteca, encontrándose con un inmenso pendón con la imagen de Pietro casi desnudo, lo cual le hizo sospechar que su hermano estaba viviendo algo que ella no sabía si podría comprender. Como fuera, sintió que si ese era el "compañero" de su hermano, al menos algo no era tan malo dentro de todo, porque a pesar de no ser totalmente boba respecto al sexo, el cuerpo, la mirada, la boca y la pose de su antiguo vecinito en aquella foto, le causaron una gran e inolvidable impresión: le habían despertado algo.

2 Response to "La Sonrisa Eterna - 7"

REINALDO dijo...

Por favor,publica lo que falta pronto,ya tengo ansiedad por saber que le depara el futuro a estos personajes

Rodney Gardie dijo...

lo prometo! :-)

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