Si me dejas




Como cualquier otra ama de casa de su urbanización, mientras disfrutaba de la cola diaria para pagar en el supermercado, ella no pudo evitar escuchar lo que hablaban dos señoras delante de ella. En efecto, en esta oportunidad no tuvo que recurrir a las poses falsas que acostumbraba para acercar sus oídos a las conversaciones ajenas, sino que las risas y el descaro de aquellas mujeres hacían todo el trabajo por ella. Total que destruían al yerno de una de ellas, de la que parecía tener el cabello coloreado con Merthiolate, porque aunque era rojo, aquello no parecía fruto de ningún tinte, Gabriela no podía dejar de verle el cabello y pensar que eso se lo había hecho ella misma, porque se negaba a creer que esa señora hubiera pagado en una peluquería porque la hicieran parecer payasa de circo barato.
Ese cabello y esa conversación la cautivaban tanto seguramente porque por aquella época sus días transcurrían sin grandes asombros, entre ser chofer de sus hijas temprano para llevarlas al colegio, lo mismo que para buscarlas al mediodía y luego llevarlas a las clases de flamenco, gimnasia o a las reuniones de los Scouts, dependiendo de si era lunes, miércoles o jueves, así como dedicarse a limpiar hasta lo que no estaba sucio en cada rincón de su casa, y por supuesto, cocinar tres o cuatro veces al día. Así, sus amigas eran aquellas infaltables presentadoras de los talk shows latinos de las mañanas, y sus fantasías se limitaban a las intrigas e ilusiones de las protagonistas de las novelas de las tardes. Aquella vuelta por el supermercado era su único entretenimiento vivencial, el único sitio en donde interactuaba con gente, al menos con personas que no le pedían que se apurara manejando o que no le reclamaban por no cocinarle su comida favorita. Para esa gente Gabriela era exitosa.
Quien la veía bajarse de aquella camioneta del año para hacer escala al final de la tarde por el supermercado, trajeada, peinada y maquillada como ejecutiva de agencia de publicidad, pensaría que se trataba de una profesional guerrera, de esas que aún pudiendo delegar en algún personal de servicio aquellas tareas hogareñas, fabricaba el tiempo para encargarse personalmente de realizar ciertas compras de lo que hiciese falta en su cocina, imaginando incluso que algún día de la semana hasta se las ingeniara para administrar su tiempo y ser ella misma quien preparara el almuerzo de su familia, como una muestra del amor sacrificado de madre, de las que incluso adoptan a sus maridos como otro hijo más, alguien a quien consentir y cuidar incondicionalmente. Pero quien pensara eso sólo viéndola, estaría acertando únicamente en que Gabriela era una profesional, porque contrario a lo que aparentaba, ella se las ingeniaba era para llenar sus horas ociosas cada día, para lo cual la visita al supermercado se le había convertido en una opción muy entretenida en aquellos días.
Siempre trataba de mantener su mente ocupada, en lo que fuera, todo con tal de no dejar oportunidad a su conciencia de estrujarle en los ojos la soledad y frustración que le había dejado aquella serie de decisiones que la llevaron a mutilarse profesionalmente, transformándola de Ingeniera Electricista en una ama de casa por debajo del promedio. Por debajo, porque ella suponía que el promedio se encontraba si no contenta, al menos cómoda con su ocupación. No se permitía pensar en eso, y tampoco dejaba espacio para reparar en que paralelamente a aquel cambio de oficio, todo en ella había experimentado un desvanecimiento progresivamente regresivo. Así paradójico y todo, su vida avanzaba hacia el retroceso de las conquistas más elementales de la mujer moderna.
Había pasado de ser una joven emprendedora y brillante, primera en su clase y con amplias oportunidades laborales, a ni siquiera ser experta cocinera, porque ni siquiera su esfuerzo y dedicación le reportaban aunque sea una palabra o un gesto amable o agradecido de sus clientes internos actuales: su familia. Para su esposo ella era una completa inútil y para sus hijas ni siquiera existía. De haber sido un espléndido y consentidor novio, catorce años después pasó a ser un total inconforme y crítico esposo, espléndido ahora sólo en menosprecios y comparaciones vejatorias hacia ella y todo lo que hacía. Seguramente aquella ausencia de amor propio era lo que hacía que sus hijas la consideraran como menos que una esclava. Siendo esa realidad tan pesada y asfixiante, Gabriela no podía hacer otra cosa que distraer su mente y tratar de salir victoriosa aunque sea en esa batalla, contra su propia mente.
Lo que había escuchado aquella tarde, de boca de esa mujer con cabello tan alarmante como su propia lengua, la había dejado pensativa. ¿Sería verdad que esa mujer de más de sesenta años, en un descuido de su yerno, le habría abierto el celular para sacar la mini tarjeta de memoria externa y revisar desde su propio celular las fotos que él tenía guardadas allí? ¿Habría sido capaz de todo aquello para demostrarle a su hija que su esposo no sólo le era infiel sino que se tomaba fotos y hasta videos con sus amantes? Eso no sólo era algo totalmente rebuscado, sino que le hacía click en su cabeza, alineándose perfectamente con sus sospechas hacia su propio marido.
Alfredo estaba muy misterioso con su teléfono, aún careciendo de toda necesidad para ello, pues su esposa no sólo era incapaz de invadir su privacidad, sino que hasta le tenía miedo. A esas actitudes cada vez más extrañas de su esposo con su teléfono, se le sumaban las llegadas tardes carentes de explicaciones y más recientemente los rumores entre su propia familia de las indiscreciones públicas con varias clientas y hasta compañeras de trabajo. Por esto, cuando Gabriela escuchó aquella argucia investigativa de esa suegra de cabeza incendiaria, sintió que no se trataba de una casualidad aislada, que aquello bien podría ser un hecho del propio universo conspirando para lograr su liberación, como había escuchado tanto a Gabriel en su programa matutino de lectura del tarot y astrología.
Así fue como decidió que esa noche, mientras su esposo estuviera atormentándola con su concierto de ronquidos, ella irrumpiría entre sus cosas y trataría de extraer alguna imagen o video comprometedor de la memoria de su celular. Sabía que le aterraba todo lo referente a esa locura de cuaima celosa, pero también sabía que no se detendría, ni por el miedo a ser descubierta, ni por el miedo a lo que fuese a descubrir.
Pero ya cuando se disponía a abrir el celular y retirar la batería para llegar hasta la memoria extraíble, dejó de escuchar los estruendosos ronquidos de Alfredo, lo cual la terminó de quebrar, pensó que se había despertado y que la encontraría revisando entre sus cosas, así que dejó todo tal y como lo había encontrado y volvió a la cama sin hacer ruido, para descubrir que su esposo nunca se había despertado, sólo había cambiado de posición, dejando la habitación en un silencio aún más desesperante, que la acompañó en aquella larga noche donde sólo le quedó pensar y llorar, en el mismo silencio de la respiración del marido, pero a diferencia de su descanso, lo de ella era sólo angustia, tormento y rabia.
Al despertar, Alfredo no la consiguió en el cuarto, pero eso no le causó ninguna extrañeza pues casi nunca reparaba en si ella estaba o no cerca. Sin embargo al salir de bañarse, la encontró sentada serenamente en el borde de la cama, desde donde con una inesperada actitud retadora y directa, Gabriela comenzó a hablarle sin dejar que él la interrumpiera, como acostumbraba a hacerlo:
- Buen día Alfredo. Esperaba que salieras del baño porque necesito que me escuches. Estoy harta de sentirme, mejor dicho, estoy harta de no sentirme, de estar a tu lado deseando que no estés cerca, de que me minimices constantemente y me trates, no, que me maltrates como lo haces. No soportaré ni un insulto más de ti. No toleraré que sigas humillándome, ni en privado ni en público. Estoy cansada ya de ser un objeto inútil en esta casa y que me hagas sentir como un juguete viejo que nadie quiere. No puedo soportar más que me neutralices como persona, como mujer, que yo no tenga voz, que mi opinión no cuente y que mis sentimientos sean menos que mierda para ti. Yo soy una mujer profesional, inteligente, y sensible, y no soportaré que sigas mandando sobre mí. Así que, si me dejas, si me lo permites, yo me quiero divorciar de ti. – 

2 Response to "Si me dejas"

Anónimo dijo...

me encanto...pero quiero saber que va a pasar después

Daniel J. Oropeza dijo...

Encuentro el cuento interesante, y más por el desarrollo de esa parte psicológica del personaje que lo hace parecer como cualquier vecino que pueda tener. Está bien delineado y la "crítica" a la comodidad que sienten muchas personas viviendo sólo a base de los Talk Shows, telenovelas y demás es excelente. Sin duda alguna, me ha encantado.

Sólo una pequeña cosita: el final. No me agradó; lo encontré desabrido y, aunque comprendo y entiendo su intención, no me ha cuadrado. No obstante, no es algo por lo que morir.

¡Saludos!,
Dan

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