Sólo Sueños (Daniela III)


Habían pasado más de dos meses y lo único constante en su día a día eran los sueños, la mayoría de los cuales eran perturbadores y tristes. Aún no tenía idea de lo que había pasado aquella noche en que murió su padre, sin embargo, estaba convencida de que había tenido algo que ver con su asesinato y eso la mantenía aterrada en silencio. Estaba medicada para mantenerse dormida el mayor tiempo posible, así que cuando no estaba durmiendo tampoco se podía decir que estaba realmente despierta, pues parecía un fantasma recorriendo la casa de su prima Alejandra. Apenas se levantaba para comer y rara vez se le podía encontrar asomada en la ventana de la cocina, donde veía pasar por horas a las hormigas de una rama a otra del árbol de mango que cubría aquella vista.

Ahora su mezcolanza de recuerdos se aderezaba con las incoherencias de sus sueños. En la última semana le dio por soñar con su madre, al menos ella sabía que era su madre, pero tampoco es que le podía ver claramente el rostro, se trataba de situaciones en las que ella era muy pequeña y veía a una mujer interactuando alrededor de ella, todo en los sueños va siempre bien hasta que su madre comienza a llorar y gritar descontroladamente, ella tiene ganas de llorar también pero es más el susto que la tristeza, así que siente que le duelen los ojos pero que no logra llorar, luego su madre se calla y no la vuelve a ver. Total que despertaba pensando que lejos de mejorar cada vez estaba más loca. 

Aunque quiso evitarlo, terminó obsesionándose con la muerte de Rogelio. Cuanto más trataba de no pensar en eso, más entretejía sus versiones sobre cómo había transcurrido aquella trágica y violenta noche. Por una parte pensaba que no había tenido nada que ver con aquello y que la sangre había aparecido sobre ella quizás como un aviso, por alguna conexión espiritual intensa entre ella y su padre, como cuando la virgen lloraba sangre, sólo que ella no era virgen desde hacía mucho y que tampoco era pegada a su padre. Era la hipótesis más loca de todas, pero no podía descartarla completamente, total que si su prima aún siendo psiquiatra estaba obsesionada con verse como Shakira, ¿Por qué no podía su cuerpo ser una versión morbosa de una aparición mariana del siglo XXI?

La versión que más la angustiaba, porque creía más en ella, tenía muchas variantes pero un sólo punto en común: ella era la responsable directa de la muerte de su propio padre, la asesina loca y desmemoriada, pero la asesina. Según el análisis de los hechos y las pruebas que conocía, ella habría discutido con su padre y lo habría acuchillado múltiples veces en su propio cuarto. Lo que no tenía nunca sentido era el por qué de aquella discusión, pues no daba con alguna razón que la hiciera reaccionar tan violentamente contra su padre. Sobre los supuestos asesinos, ella pensaba que eran unos carroñeros que al encontrar al muerto no lograron controlarse y le robaron lo que pudieron, pero no habrían tenido mayor participación en el crimen que la tenía tan desconcertada y triste.

Esta versión la atormentaba mucho porque no le encontraba un motivo racional acorde a la magnitud de aquella carnicería, pero lo cierto es que estaba muy consciente de que ella no era nada racional en aquellos días, por lo que también podría tratarse de un hecho fortuito producto de su evidente insania mental, un evento casual que terminó pagando muy caro su padre, por quizás estar en el sitio y en el momento menos oportunos. Lo que es igual a decir que lo mató porque estaba loca y ya.

También cabía la posibilidad de que ella lo hubiera conseguido ya muerto, lo abrazara desesperada y esto causara su apariencia ensangrentada la mañana siguiente y que producto de aquella impresión tan dolorosa, Daniela hubiera terminado por freir la pasta con albóndigas que tenía ya por cerebro, porque igual estaba clara de que no había estado bien desde mucho antes, pero no se recordaba tan aturdida como ahora. Así, lo habría encontrado muerto y se habría vuelto loca de la impresión. Que la policía no haya encontrado nada que la incriminara hacía esta versión algo más probable, pero igual existía algo en todo eso que no la dejaba creerlo, quizás el saberse tan desequilibrada, lo cierto es que no sabía nada concreto.

Tenía también en su mente la idea de que ella había participado junto con aquel vigilante y otro cómplice en el asesinato de Rogelio, pero si fue así, ellos ya la habrían delatado y no sería la “drogada durmiente” en casa de su prima sino que estaría presa desde la primera semana de investigaciones. Lo cierto es que por más desligada que se encontrara de su padre, no podía entender como ella iba a estar involucrada en su muerte, en el fondo sí lo quería, aunque su relación con él siempre había sido de desencuentros y discusiones, pero nunca radicales o definitivas, de hecho sus peleas con Rogelio eran tan absurdas que debían tener un origen desconocido propio de las personalidades de ambos y no consecuencia real de posiciones y opiniones francamente defendibles, quizás la pripia falta de su madre, lo cual pudo haber aprotado cierto equilibrio en su hogar, o quizás se trataba de incompatibilidad de signos, como ella era Tauro y él Géminis, pero no sabía nada de Astrología, Tarot ni de Feng Shui, así que no podría saber si sus desacuerdos respondían a algo más fuerte que ellos mismos.

Hacia el tercer mes de su encierro psicotrópico voluntario, Daniela decidió que debía ir a su antigua casa, donde había vivido toda su niñez y donde había muerto recientemente su padre. Esperó a que su prima se durmiera, así casi a medianoche tomó prestada su camioneta Toyota FJ Cruiser y, luego de pensar que “Alejandra era la única psiquiatra con real que conocía”, manejó casi por inercia hasta la calle donde aprendió a correr bicicleta, donde se estacionó y esperó casi una hora, hasta que tuvo la fuerza suficiente para entrar en aquella casa que le removía tanto los recuerdos, incluso los que no encontraba todavía.

La mancha de sangre no había sido removida del todo en la alfombra del cuarto de su padre, de resto la habitación estaba pulcra, aunque se notaba el desastre ordenado posterior a las visitas de los forenses y demás carroñeros oficiales y civiles que asistieron a la escena del crimen de su papá. Extrañamente no sintió dolor o tristeza al estar allí. Revisó con calma cada gaveta y leyó detenidamente todos los documentos que encontraba, esperando quizás conseguir alguna prueba de una deuda o alguna amenaza, algo que la policía hubiese pasado por alto, pero en los lugares obvios no consiguió sino respuestas obvias: nada útil. Recordó la manía supuestamente secreta de su padre, de esconder sobre las láminas del techo de cielo raso, unas cajas de zapato con monedas antiguas y papeles de bancos o propiedades, pero imaginó que al vivir solo dejaría de esconder todo. De todas formas buscó en el techo y consiguió tres cajas que alguna vez fueron blancas y que ahora exhibían un brillante beige apolillado por todas partes. Se inquietó aún más cuando se percató de que no sintió emoción con ese hallazgo, sino miedo, un miedo puro e instintivo, que le erizó la piel y le enfrió las piernas y la espalda hasta la base del cráneo. Tenía que revisarlas aunque le sobreviniera un ataque de locura digno de la Daniela actual.

Como cualquier thriller de suspenso de los 50’s, la búsqueda en las dos primeras cajas resultó infructuosamente predecible, sólo objetos y documentos de valor relativo, que debían interesarle a su padre o a algún coleccionista sin vida propia, pero para ella todo era extremadamente fútil, no así la última caja, que precisamente guardaba más secretos que objetos dentro, pues apenas al abrirla mostraba manchas relativamente frescas de sangre seca, como la que ella misma había retirado de sus propios ojos la mañana siguiente al ataque de su padre. Sintió mucho miedo, imaginó que ella misma o alguien cercano a ella, como Alejandra, había encontrado algo de esa caja manchado de sangre junto al cuerpo sin vida de su padre y lo había guardado allí para que no fuese encontrado. Como fuera, tuvo la certeza de que estaba relacionado con la muerte de su padre, cerró la caja y se la llevó a casa de su prima. Estaba tan nerviosa que su instinto de supervivencia, bastante maltrecho por tantos medicamentos simultáneos, le ordenó que se retirara y que procurara seguir su búsqueda de respuestas en un lugar más seguro, como podía ser su actual cuarto en casa de su prima la psiquiatra, que además representaba un lugar más apropiado para cualquier ataque de locura, lo cual parecía ser inminente para su en extremo frágil humanidad.

Casi amanecía y Daniela no se atrevía a abrir aquella “caja maldita”, como ya la había bautizado. Pensó que si lo que había allí dentro le había causado la muerte a su padre y desencadenado semejante locura en ella, quizás sería mejor no indagar más en su contenido y destruirla sin mayor análisis, para permitir al tiempo, las medicinas y la terapia hacer su trabajo, a ver si lograba medio parapetear su cabeza y proveerle alguna posibilidad de futuro estable. Pero sabía que esa idea de no descubrir lo que había en la “caja maldita” era paja, de la más seca y quemada, que era cuestión de tiempo para que ella decidiera abrirla y buscar lo que sea que hubiera adentro. Por un momento estuvo segura que efectivamente sabía qué había en la caja y que ese miedo a abrirla se debía a que lo que encerraba era realmente horrible para ella, que eso podía ser la llave para recuperar sus recuerdos, esos que sentía que su mente había decidido olvidar para protegerla. 

Así fue como actuando en contra de sus mecanismos de autoprotección, Daniela abrió la caja y consiguió fotos y papeles sucios y viejos, manchados por aquella sangre. Había decenas de fotos suyas de cuando era una niña y de otras muchachitas que no logró identificar. En todas las fotografías las niñas estaban desnudas y en posiciones extrañas, mostrando su cuerpo como si les hubieran estado diciendo qué hacer y cómo posar. Sintió una rabia inmensa que seguro llevaba contenida y sintió que se le calentó el pecho y se le perforó el estómago con un dolor intenso. Quiso llorar pero las ganas de leer lo que decía una carta vieja y manchada no se lo permitieron, se trataba de la carta de suicidio de su madre, en donde hablaba del dolor y la culpa que le causó haber descubierto que compartía su vida con un “depravado y sádico” y donde le pedía perdón a ella, a su hija Daniela, por ser tan cobarde y acabar con su propia vida en lugar de matarlo a él. Fue así como Daniela rompió en llanto, sintiéndose muy sola y triste, pero liviana y tranquila, porque aunque no recordaba cómo lo había hecho, supo que había sido responsable de la venganza de su madre, de ella misma y hasta de las otras niñas abusadas por aquel monstruo que tuvo por padre.


2 Response to "Sólo Sueños (Daniela III)"

Richard De Vasconcelos Castro dijo...

Leí primero el 3 antes del 2, o sea como leer un libro de la mitad al principio...jajaja...pero está excelente. Tienes un procesador eficiente en la cabeza. Daniela debe ser un clásico caso de autonegación inconsiente creo, dicen que a veces cuando los traumas son exageradamente grandes la mente es tan ¿perfecta? que prefiere esconderlos. Me gustó mucho :)

Dinobat dijo...

El viaje tiene matices, la realidad simplemente nos pega...

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